Prometí que os regalaría un capítulo de mi nuevo libro "Sin escuela" y os invité a hacer vuestras sugerencias sobre cuál debía elegir. La votación ha estado muy reñida y, además, los capítulos más votados no ha coincidido con los que a mi más me gustan (señal inequívoca de que los títulos no están bien puestos).
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Elegí el camino menos transitado.
Ahora, ¿dónde diablos estoy? |
Al final he optado por compartir el de "Homeschooling, feminismo y economía doméstica" además del muy breve capítulo que le precede, titulado "Pero..."
PERO…
Se
teme lo que se ignora, si se presume negativo.
Mario
Conde
La educación en
casa es muy poco conocida y, por ello mismo, muy criticada. Se plantean
objeciones de todo tipo, algunas ciertamente inverosímiles que no merecen
siquiera la atención de ser rebatidas, como la acusación de ser la causa de un
potencial aumento de la tasa de desempleo entre los profesores. Pero hay cuatro
objeciones sobre las que voy a detenerme, no sólo porque se presentan
recurrentemente sino porque son cuestiones que los propios homeschoolers nos
hemos planteado en nuestros inicios.
La primera se
refiere a la conciliación de la vida laboral con la vida familiar que, si ya es
difícil cuando los hijos son escolarizados, se complica aún más cuando son
educados en casa. Existe el mito de que la educación en casa está reservada
sólo a unos pocos privilegiados, a familias pudientes que pueden permitirse
vivir de un solo sueldo, o contratar a tutores particulares, o pagar
innumerables clases extraescolares y acceder a múltiples recursos didácticos. En
realidad no educa en casa quien económicamente puede sino quien genuinamente
quiere. Y es que educar en casa puede resultar tan caro o tan barato como uno
quiera y pueda permitirse. No es necesario contar con grandes lujos, ni tener
todo tipo de material didáctico, ni tomar lecciones en las academias más
selectas. Pero a la cuestión del dinero se le añade otra quizás más delicada,
la del retorno de la madre al hogar como un retroceso en la historia de los
derechos de las mujeres.
La segunda
objeción se refiere a la capacitación de los padres para educar a sus hijos.
Quienes plantean esta objeción, lógicamente, no se han desescolarizado
interiormente y se refieren, por tanto, a la educación académica. Nadie duda
que los padres sean capaces de educar a sus hijos en valores, o de
proporcionarles una nutrición adecuada, pero cuando se trata de asuntos
meramente académicos parece necesario contar con un título oficial que acredite
nuestra capacitación pedagógica. Por otro lado, es común que los padres que se
inician en el homeschooling se pregunten: ¿cómo podré enseñarle aquellas cosas
que yo mismo no sé?
La tercera
objeción tiene una doble vertiente. De un lado, la hipotética falta
socialización entendida como carencia de relación con sus iguales. De otro
lado, la falta de socialización entendida como una insuficiente exposición a
los valores admitidos como válidos por la comunidad. Es el clásico dilema de la
legitimidad de la educación en casa en familias que promueven valores
antidemocráticos.
La cuarta objeción
no es aplicable a todos los países, pues se refiere a la legalidad de la opción
de la no escolarización. Pero incluso en aquellos países en los que sí está
contemplada por la ley, se puede objetar que una determinada familia no cumpla
exactamente con todos los requisitos exigidos por las autoridades competentes.
Existen muchas
otras objeciones y mitos acerca de la educación en casa, pero pienso que estos
cuatro son referentes del sentir general de la sociedad y, como dije, incluso
muchas familias educadoras en casa se hicieron estas mismas preguntas.
HOMESCHOOLING,
FEMINISMO
Y
ECONOMÍA DOMÉSTICA
Las
mujeres de mi generación nos hemos aferrado al credo feminista con el que
fuimos criadas, a pesar de que nuestras posiciones han ido disminuyendo a causa
de las tensiones no resueltas entre la familia y la carrera, sólo porque no
estamos dispuestas a dejar caer la bandera para las generaciones futuras.
Pero
cuando muchos miembros de una generación más joven han dejado de escuchar
porque repetir insistentemente que “podemos tenerlo todo” es falsear la
realidad, es hora de hablar.
Anne-Marie
Slaughter
En esta sociedad
altamente escolarizada, la decisión de educar a los hijos en casa supone hacer
una serie de cambios en nuestras vidas que, en no pocas ocasiones, serán
interpretados por los demás como una insolencia, un acto de rebeldía que
amenaza al status quo establecido. Ésta es una de las grandes cuestiones que se
plantean las familias cuando deciden no escolarizar: ¿Cómo vamos a
compatibilizar nuestra vida profesional, no ya con la vida familiar, sino con
la vida familiar como homeschoolers?
Cuando la plena
incorporación de la mujer al mundo laboral ha sido asumida, de forma general y
sin discusión, como un gran logro del siglo XX, que una de nosotras decida
volver al hogar para cuidar de los hijos es visto como un retroceso para los
derechos de las mujeres. Quienes ello objetan no se refieren en realidad a un
derecho, pues los derechos, por definición, pueden ser o no ser ejercidos. El
derecho de la mujer al trabajo se ha convertido, de facto, en una obligación.
Del mismo modo, el derecho a la educación se ha convertido en una obligación de
escolarizar. En ninguno de estos dos ámbitos cabe ya la libertad de elegir pues
una mujer que no trabaja, y una mujer que no escolariza, están desafiando años
de luchas por los derechos sociales y menospreciando a aquellos que lo dieron
todo por conseguirlos. Pero yo me pregunto si quienes critican a estos dos
tipos de mujeres no están en el fondo tratando de justificar sus propias
decisiones. Al fin y al cabo, la mejor defensa es un buen ataque, según dicen.
El verdadero
avance social se habrá dado el día en que las madres tengan plena libertad para
decidir si trabajan fuera de casa, si prefieren dedicar todo su tiempo a su
familia o si la mejor opción para ellas es encontrar un equilibrio entre ambos
mundos. En el caso de las madres de niños escolarizados el problema es menor,
pues disponen de un buen número de horas semanales en las que no deben ocuparse
personalmente de sus hijos y pueden buscar la forma de acomodar su horario
laboral al horario escolar. Las madres homeschoolers, en cambio, deben
deshacerse de las ideas preconcebidas acerca del trabajo y las finanzas pero
también acerca de la familia y la educación. Han de salir de su zona de confort
y aprender a decir “no” en ambas esferas de su vida. La zona de confort es,
según la definición que ofrece Wikipedia, el “conjunto de límites que, sutilmente, la persona acaba por confundir con
el marco de su íntima existencia”. Así, lo fácil y cómodo es dejar que todo
siga igual. Continuar con nuestro trabajo y arreglar las cosas para que alguien
se ocupe de los niños de modo que su existencia no interfiera demasiado en la
nuestra. Si los llevamos al colegio, les ponemos una cuidadora y llenamos sus
tardes con actividades extraescolares, podremos continuar nuestras vidas
prácticamente igual que antes de tener hijos. Pero una no debería convertirse
en madre y esperar que todo siga igual. Los hijos requieren dedicación, tanto
si están escolarizados como si no lo están, y no es suficiente con dedicarles
tiempo sino que debemos dedicarles nuestro mejor tiempo.
Pero el miedo no
viene sólo por la posibilidad de perder la sensación de auto-realización que
proporciona el trabajo, sino que algunos padres temen que la decisión de no
escolarizar a sus hijos repercuta negativamente en la economía familiar, pues
piensan que uno de ellos deberá dejar su trabajo para dedicarse plenamente a la
educación de los niños. Una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones
Pew en 2009 reveló que el 62% de las madres trabajadoras preferiría trabajar a
tiempo parcial para poderse ocupar personalmente de sus hijos, dato que había
ido aumentando con el paso de los años. La encuesta también reveló que sólo el
19% de los americanos consideraba que las mujeres deberían dejar sus trabajos y
volver al hogar, frente al 30% que así lo creía en el año 1987. Resulta curioso
que, a medida que aumenta la percepción global de que las mujeres deberían
trabajar fuera de casa (consecuencia directa de una interpretación errónea del
principio de igualdad) aumente también el número de mujeres que preferiría
dejar su trabajo o, al menos reducir su horario, para poder ocuparse de sus
hijos. Un estudio realizado en 2012 por Forbeswoman y Thebump.com reveló que la
mayoría de las mujeres trabajadoras lamentaba no poder tener hijos, que
calificaban de “lujo financiero” y más de un tercio de ellas lamentaba que sus
maridos no ganaran dinero suficiente como para que se pudieran permitir el lujo
de tener hijos y dejar de trabajar. Además, el 69% de las encuestadas aseguró
sentirse obligada a trabajar para contribuir al sostenimiento de las cargas familiares,
mientras que el 52% de las madres no trabajadoras dijo que sus parejas las
hacían sentirse mal por no estar trabajando fuera de casa. Sin embargo, sólo el
10% de las madres no trabajadoras lamentaba haber dejado su carrera para
dedicarse a los hijos, mientras que el 50% de las madres trabajadoras creían
que su felicidad aumentaría si pudieran dejar su trabajo. Estos datos nos
confirman que las madres sí quieren ocuparse de sus hijos, anteponiéndolos a
sus carreras profesionales en muchas ocasiones.
Aunque en realidad
no siempre es necesario que uno de los dos deje de trabajar para poder educar
en casa, como tampoco es necesario cobrar dos sueldos para poder vivir con
dignidad. Simplemente hay que ajustar los gastos y los ingresos para que los
primeros sean siempre inferiores a los segundos. Ésta es la regla de oro de la
economía y es muy simple. Para conseguirlo, sólo hay dos opciones: reducir
gastos o aumentar ingresos (o, mejor aún, una combinación de las dos cosas). Si
hace usted la prueba de llevar un registro exhaustivo de todo lo que gasta a lo
largo de un mes puede que se lleve una sorpresa al darse cuenta de a qué dedica
realmente sus recursos, pues a menudo gastamos sin planificar y sin valorar la
necesidad o la oportunidad real de cada gasto. Veamos el ejemplo de una persona
que toma a diario un café en un bar. Si el café le cuesta 1,5 euros, se está
gastando 45 euros al mes en café. Pero por 2,5 euros podría comprar un paquete
de 250 gramos de café en el supermercado y tomárselo en casa durante 25 días.
Así, cada café le estaría costando sólo 0,1 euros, o sea, que estaría ahorrando
1,4 euros diarios. Claro que antes tendría que invertir en una cafetera, pero
puede conseguir una en Amazon por 45 euros, que es lo que se estaba gastando al
año en cafés del bar y, por tanto, sería fácilmente amortizada. Éste es sólo un
pequeño ejemplo para que se dé cuenta de la inconsciencia con que a veces
gastamos nuestro dinero, pero hay otros ámbitos donde el gasto superfluo es aún
mucho mayor, como la vivienda, el transporte, las comunicaciones o la comida.
Pregúntese si es necesario tener una hipoteca de interés variable, un coche de
alto consumo, un móvil de última generación, comer fuera de casa dos veces por
semana, viajar en Navidades y en verano, renovar el fondo de armario cada
temporada o ir al cine los viernes en vez de aprovechar el descuento del día
del espectador. Reducir gastos es más fácil de lo que parece, pero el paso
previo imprescindible es conocer a qué estamos dedicando nuestros recursos.
Aumentar ingresos
tampoco es mucho más complicado, veamos algunos ejemplos:
¿Tiene cosas en
casa que ya no utiliza pero que todavía están en buen estado? Véndalas. No tire
las cosas que aún se puedan utilizar, pues siempre habrá alguien que sí las
necesite, y usted ganará algo de dinero y de espacio.
Busque trabajos
que pueda hacer en compañía de sus hijos, como cuidar a otros niños o pasear
perros. No le ocupará muchas horas pero conseguirá unos ingresos extra.
Hay trabajos que
pueden hacerse desde casa, sin un horario impuesto y organizando su tiempo como
mejor le convenga. Puede dar clases particulares de algo que sepa hacer, y no
me refiero necesariamente a materias que se den en la escuela, sino que también
puede tratarse de alguna afición o habilidad que usted tenga, como la cocina,
la costura, la cerámica, la percusión, algún idioma o algún tipo de baile.
Escribir, hacer traducciones, grabar datos o dedicarse a la asesoría online son
algunas de las muchas oportunidades que nos brinda internet.
Pero la mejor
opción, a mi modo de ver, es procurarse una o varias fuentes de ingresos
pasivos. Se trata de formas de ganar dinero incluso en aquellos momentos en los
que no estamos trabajando de forma activa. Es lo que sucede con las
inversiones, las rentas y los réditos generados por sistemas automatizados de
negocio. Por ejemplo, si usted es experto en alguna materia puede escribir un
blog y monetizarlo. Las formas más habituales de monetizar un blog son los
anuncios aleatorios, los anuncios directos, el patrocinio y los sistemas de
afiliados. Puede escribir libros sobre el tema, auto-editarlos y venderlos a
través de alguna página web, como Amazon.com, Bubok.com o Lulu.com. De este
modo, usted se desvincula de todo el proceso de distribución y venta. Simplemente,
trabaja una vez escribiendo y maquetando un libro que se puede seguir vendiendo
durante años sin que usted tenga que hacer nada más.
La principal
dificultad a la hora de generar ingresos pasivos suele ser el conjunto de
creencias limitantes que tenemos acerca del dinero y del trabajo. Muchas
personas han sido educadas en la creencia de que las cosas que merecen la pena
son difíciles de conseguir, de que cuanto más duro se trabaje más dinero se
conseguirá y de que, en realidad, sólo el dinero conseguido con gran esfuerzo
es una ganancia legítima. Lo primero que deberá hacer usted, si está dispuesto
a generar nuevas fuentes de ingresos pasivos, es deshacerse de su vieja
mentalidad de que los ingresos deben ser activos. Tal vez no tendrá un volumen
de ingresos pasivos suficiente como para poder prescindir de sus actuales
ingresos activos y, desde luego, no va a ser algo que le proporcione resultados
a corto plazo, pero si tiene claros sus objetivos y sus ideas acerca del dinero
no dudo que también tiene capacidad para generar ingresos pasivos.
Un ejemplo clásico
son las rentas por alquileres, tradicionalmente referidos a bienes inmuebles
pero que pueden darse también en otros ámbitos. Una mujer se fue a vivir
temporalmente con sus padres para poder alquilar su piso y, así, terminar de
pagar la hipoteca con poco esfuerzo de su parte. No hacer uso de su propia casa
durante un año le permitió evitar un deshaucio. Un grupo de mujeres decidió
alquilar los carritos de paseo que ya no usaban sus hijos a familias que estaban
de paso en su ciudad. Poco tiempo después se dieron cuenta de que era viable
crear una empresa para gestionar su actividad y así lo hicieron. Otras personas
alquilan sus coches por días o por horas cuando ellas mismas no los necesitan.
Así cubren los gastos de mantenimiento y evitan tenerse que deshacer de ellos
por no poderlos mantener. Éstos son sólo unos ejemplos con los que pretendo
mostrar que hay muchas oportunidades de generar ingresos, pero para ello es
necesario ser creativos y dejar de lado las creencias que nos impiden lanzarnos
a probar cosas que nadie ha hecho antes.
Las inversiones
son otra forma de obtener ingresos pasivos y, al contrario de lo que muchos
creen, no es necesario tener mucho dinero para empezar a invertir ni se trata
de una complicada ciencia al alcance sólo de unos pocos privilegiados. Ahora
bien, tampoco es recomendable lanzarse de cabeza a invertir nuestros ahorros
sin habernos informado adecuadamente. Existen diferentes tipos de inversiones:
uno puede invertir en su propia educación, aprender a hacer algo con lo que
después pueda generar ingresos; o puede invertir en algún bien que
previsiblemente vaya a aumentar de valor en los siguientes años; o puede
invertir en un negocio, propio o ajeno (en éste caso, puede que la inversión
lleve aparejada algo de trabajo activo, pero seguirá teniendo un componente
pasivo en cuanto a los ingresos); o puede invertir en el mercado de valores.
Este tipo de inversiones requerirían un capítulo completo en exclusiva, lo cual
excede de los propósitos de este libro, pero le animo a que investigue por su
cuenta. Para ver si le pica el gusanillo, le dejo sólo un dato real a modo de
ejemplo: si su abuelo hubiera comprado una sola acción de The Coca Cola Company
en 1919 por 40 dólares y hubiera reinvertido todos los dividendos (es decir,
que en vez de cobrarlos los hubiera usado para adquirir nuevas acciones de la
misma compañía), en 2012 su paquete de acciones tendría un valor (actualizado)
de 9,8 millones de dólares. Tal vez su abuelo no habría podido disfrutar de su
inversión, pero no me negará que es una excelente herencia para sus
descendientes (o sea, usted y sus hijos). De todos modos, su abuelo también
podría haber decidido cobrar los dividendos para disfrutarlos en vez de
reinvertirlos y, aún así, sus acciones todavía tendrían un valor de 341.545
dólares.
Comencé este
capítulo citando a Anne-Marie Slaughter, quién dejó de trabajar para el
Gobierno de los Estados Unidos para poderse ocupar de sus dos hijos
adolescentes. Volvió a su puesto de profesora universitaria, escribe artículos
en varios medios de comunicación, da charlas por todo el país y aparece
regularmente en varios programas de radio y televisión. En un artículo
publicado en julio de 2012 en The Atlantic y que tituló “Por qué las mujeres aún no pueden tenerlo todo” aseguró estar
convencida de que sí podemos tenerlo todo, e incluso tenerlo todo a la vez,
pero no en la sociedad actual, no tal como está organizada la economía en
nuestros días. De momento, asegura, lo único que podemos permitirnos es elegir
aquella opción que nos permita tener control sobre nuestros horarios.
Nuestras opciones,
si queremos educar en casa pero no podemos prescindir de un sueldo, son el
emprendimiento, el tele-trabajo y las fuentes de ingresos pasivos. Pero si
usted puede permitirse prescindir de un sueldo y quiere hacerlo, no se sienta
presionada por la sociedad, pues quien va a criar a sus hijos es usted misma y
no la sociedad. Lo importante es que tenemos opciones y déjeme decirle una
cosa: “ellos” no tienen nada que opinar aquí.
No puedo terminar
este capítulo sin compartir con usted un párrafo del libro Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés e
invitarle a reflexionar muy sinceramente acerca de lo que ella afirma:
No te amilanes ni te acobardes
si te llaman oveja negra, inconformista, lobo solitario. Los estrechos de miras
dicen que los inconformistas son una lacra de la sociedad. Sin embargo, se ha
demostrado a lo largo de los siglos que el hecho de ser distinta significa estar
al margen, tener la certeza de que una hará una aportación original, una útil y
sorprendente aportación a su cultura. Cuando busques una guía, no prestes jamás
atención a los pusilánimes. Sé amable con ellos, llénalos de cumplidos, procura
engatusarlos, pero no sigas sus consejos. Si alguna vez te han llamado
insolente, incorregible, descarada, astuta, revolucionaria, indisciplinada,
rebelde, vas por buen camino. La Mujer Salvaje está muy cerca.