viernes, 27 de octubre de 2017

Una confesión y un poco de luz



Hace unos días, una madre comentaba en un grupo de whatsapp (sí, las madres homeschoolers también tenemos grupos de whatsapp. Y no, no son tan infernales como los grupos de las escuelas) que se sentía frustrada, fracasada, que sentía que estaba haciendo algo mal, que todo lo que proponía a sus hijos era rechazado, que "sólo" querían jugar.

Las más veteranas coincidimos en decirle que se relajara, que hay días mejores y días peores pero, sobre todo, que a los seis años lo que uno tiene que hacer es jugar. Y, si surge algún interés por algún tema o actividad concretos, ahí deben estar los padres para ayudar a desarrollarlos. Pero poco más.

Mi hijo mayor aún es pequeño pero, si fuera a la escuela, ya habría terminado la Primaria, así que considero que empiezo a tener algo de perspectiva sobre la cuestión. 

Le conté que, cuando mi hijo era más pequeño, me frustraba mucho leer los blogs de otras familias. Los mismos blogs que al principio me habían animado, inspirado y motivado, empezaron a producir en mi el efecto contrario. Todas las familias parecían mejores que la mía. Todas las madres parecían más organizadas, más centradas, más eficientes. Y todos los niños parecían más inteligentes, más motivados, más "estudiosos", más sociables.  También tuve épocas en que sentía que estaba haciendo algo mal. En que no podía evitar compararnos (error quizás inevitable en el que empiezo a pensar que caemos todos). Había niños que devoraban libros, que era pequeños científicos, que hacían bellas creaciones artísticas, que aprendían idiomas y música, que buscaban quién les explicara astrofísica, filosofía o economía.

Pero mi hijo sólo quería jugar.
No quería "estudiar".
Todas mis propuestas, individuales o de grupo, eran rechazadas. Íbamos a los encuentros del grupo de homeschooling sólo a escuchar, casi nunca a participar.

Sólo quería jugar. Primero con juguetes y después con videojuegos. Ver películas (podía ver tres de una sentada). No quería leer, aunque de vez en cuando encontraba algún libro o alguna serie que le enganchaba y no los soltaba hasta terminarlos. Empezó a aceptar que le leyera en voz alta (algo es algo, me decía a mi misma). Quiso saber cómo podía mejorar su letra, así que se puso a hacer ejercicios de copiado y dictado.

Pero si viajábamos a algún lugar o veíamos una serie en televisión y surgía algún tema que considerábamos importante o interesante comentar, él desconectaba. No quería escuchar, ni preguntar, ni seguir investigando. 

Yo repetía como un mantra aquello de John Holt: "confiad en los niños".

Confié.

Y, a día de hoy, puedo decir que fue un acierto.

Que mi hijo tuvo el tiempo y el espacio suficientes para conocerse a si mismo, para crecer a su manera y prepararse para la siguiente fase de su "educación". Entre los 10 y los 11 años empezó a darse un cambio importante en él. Ahora, con 12, parece increíble que se trate del mismo niño que con 7 años no quería "hacer nada".

Damián, a los 12 años, contándome la expedición de Magallanes que preparó para
exponer en la reunión del Club de Historia de nuestra comunidad de homeschoolers


Los videojuegos le llevaron a aprender inglés. Hace unos días hizo el test de nivel de Cambridge y quedó a un sólo punto del First Certificate. Ha decidido presentarse porque quiere tener la experiencia de hacer exámenes y porque nunca está de más tener un certificado de idiomas.

Los videojuegos y el anime le llevaron, también, a mejorar increíblemente su socialización y a querer aprender coreano y japonés.

El cine, la televisión y el Club de Historia de nuestra comunidad, le llevaron a interesarse por la historia. Su capacidad para relacionar hechos y personajes, para comprender las causas y efectos y para discutir asuntos de actualidad harían dudar a cualquiera de que se trate del mismo niño que "sólo quería jugar".

Nuestras incesantes y abiertas conversaciones sobre finanzas, más las acciones que le regalé hace ya 4 o 5 años, más su convicción de que debe encontrar una forma de ganarse la vida que no implique hipotecar casi todo su tiempo, ni dedicarse a cosas con las que no se sienta a gusto, le han llevado a interesarse por la educación financiera y las inversiones.

Le gusta la historia y le gusta pensar y razonar, así que le sugerimos que estudiara filosofía. Y en ello está.

Cree que ha encontrado su vocación, que puede comenzar a desarrollar desde ya mismo puesto que no necesita ningún título para ello. Hemos encontrado a gente que se dedica a lo mismo y que puede ejercer de mentor.

Y, de vez en cuando, encuentra un libro que le gusta y lo lee hasta el final.

Ahora vuelvo la vista atrás y veo que todo tiene sentido. Que todo este tiempo se ha estado preparando para estar donde está ahora. Era su camino y nadie podía (ni debía) forzarle en otra dirección, aunque en ciertos momentos pareciera que nos estábamos equivocando.

Si yo creara un método educativo, empezaría diciendo: déjenlos en paz hasta los 10 años.

Lo difícil es confiar; tener paciencia; tener fe; creer en los niños y creer que de verdad, algún día, los puntos se unirán y todo tendrá sentido. Pero creo que es un poquito más fácil si alguien te lo dice. Por eso os cuento esto.








jueves, 26 de octubre de 2017

A mi hijo no le gusta leer


Ya está. Ya lo he dicho. A mi hijo no le gusta leer.

Me costó aceptarlo y, mucho más, reconocerlo públicamente. ¡Por favor! Yo devoraba libros desde antes de lo que puedo recordar. A los 8 años, leía un libro semanal. A veces más. Cuando mi hijo tenía dos años -sí, 2 años- le enseñé a leer. A los 3 ya sabía leer y a los 6 leía de forma autónoma. Leyó toda la colección de Tintín en pocos días. Y además no va al cole, no nos olvidemos de eso. Cualquiera que lea blogs de homeschooling sabrá que estos niños son espontáneos, inteligentes, apasionados por la ciencia (la astronomía y los dinosaurios son grandes clásicos), son extrovertidos, tienen grandes habilidades sociales, son extremadamente curiosos, son cultos, autodidactas y, por supuesto, son lectores voraces.

Yo seguí la receta al pie de la letra. Todo el mundo sabe que, para que los niños lean, los padres tienen que leer, hay que rodearles de libros, leerles en voz alta y llevarles a la biblioteca y a las ferias de libros. Lo hice todo y, además, lo saqué de la escuela. ¿Qué se podía esperar de él? ¡Que fuera un ratón de biblioteca! Obviamente, como sus abuelos, como sus padres, como su tío… pero no. A Damián no le gusta leer y a mi eso me preocupó hasta que comprendí que leer no es un fin en su mismo. Es una herramienta. Lo que importa es que los niños dispongan de esta herramienta (y de otras, como una buena conexión a internet y la capacidad de discernir la información veraz o útil de la que no lo es). Le he ayudado a adquirir y desarrollar esta habilidad y puedo decir: misión cumplida. Que le guste o no no está en mis manos. Aceptar y respetar sus gustos y sus intereses sí lo está. Y eso es lo que, por fin, hago.

Ahora incluso veo con simpatía que lea durante 6 horas seguidas cuando cae en sus manos una novela de Minecraft y que. al terminarla, no vuelva a tocar un libro en meses.

Lo cuento porque leo y escucho a muchas madres angustiadas buscando trucos para conseguir que sus hijos lean y yo sé que eso se puede conseguir fácilmente. Ahora bien, ¿qué precio estás dispuesto a pagar? Porque puedes obligar a tu hijo a leer, pero no puedes obligarle a hacerlo con placer.

La cuestión es que la gente siempre juzga (está en nuestra naturaleza, tal vez). Juzgan a quienes no leen y, por supuesto, juzgan a las madres de los niños que no leen porque algo habremos hecho mal, claro. Paralelamente, la misma gente habla de educación respetuosa y de “seguir los intereses del niño”. Pero cuando esos intereses no concuerdan con su escala de valores, entonces es que “algo se ha hecho mal”, ahí tiene que haber algún “problema” o algo que “no nos cuentan”.

Tú eliges de qué lado estás. Tú decides si estás dispuesto a apoyar verdaderamente los intereses de tus hijos, sean éstos cuáles sean, y a respetar que no le interesen otras cosas que tú consideras importantes o interesantes. Yo sé en qué lado quiero estar y sigo trabajando en ello. No sé si este proceso alguna vez se puede dar por concluido, pero lo importante es empezar y no rendirse aunque cueste.


*Boletín del 26/07/2016

miércoles, 18 de octubre de 2017

Proyecto de educación financiera




Jon y yo hemos empezado a trabajar en la escuela internacional El Dragón desarrollando un proyecto de educación financiera. Como parte de ese proyecto, hacemos nuestro taller para niños durante cuatro semanas.

Nunca deja de asombrarnos la capacidad de comprensión de los niños y la calidad de sus argumentaciones. En una de las actividades, por ejemplo, tenían que elegir, de entre varias opciones, un trabajo, una vivienda, una forma de transporte, y actividades de ocio. Algunos preferían un trabajo con un sueldo alto sacrificando tiempo de ocio; otros preferían un piso más pequeño o un piso más caro pero en el que pudieran tener animales. Con cada decisión se iban dando cuenta de la importancia del factor subjetivo, de la diferente forma que tiene cada uno de valorar las cosas.



Hoy hemos hecho la segunda sesión y no hemos podido grabar porque la actividad requería toda nuestra atención, pero aquí tenéis los vídeos de las otras sesiones:



Si os interesa la cuestión de cómo enseñar finanzas a los niños, pasad por el canal de mi taller de finanzas para padres que vamos a lanzar próximamente.