Hace algunos años conocí a una pareja que todos los años hacía uno o dos viajes con su hija. Desde bien pequeña la obligaban a llevar un diario de viajes. Al principio con dibujos y fotografías; cuando aprendió, también con el relato de todo lo que hacían y veían. Copiaba el mapa del lugar visitado y escribía cada paso que daban. Los padres decían que era un buen ejercicio para la niña y que, además, era una forma de ayudarle a recordar los viajes, pues al ser tan pequeña, lo más probable es que no recordara nada y entonces, decían, era como haber tirado el dinero y el tiempo.
Pienso que su planteamiento era erróneo. Cuando yo los conocí, la niña tenía 10 o 12 años y estaba amargada. Hacía los diarios por obligación y ni siquiera disfrutaba del viaje. Además sus padres insistían en las visitas culturales y poco les importaba lo que la niña quisiera hacer.
Ahora que yo también viajo con mi hijo, he decidido hacer todo lo contrario. No me importa perderme alguna visita cultural para que el niño se lo pase bien. De hecho, jugar en un parque con los niños del lugar me parece mucho más provechoso que visitar un monumento que dentro de cien años seguirá ahí.
El diario de viajes, que sí me parece una buena idea, lo hice yo. Espero que para Damián sea un bonito recuerdo del viaje, en vez del recuerdo de una tarea aburrida a la que le hubieran obligado.
Compré una libreta bonita para la ocasión, con el mapa del mundo en la portada y la contraportada. Durante todo el viaje fui pegando los billetes de avión, las entradas a los lugares visitados, folletos informativos, etc. Escribí las cosas que hacíamos y la gente a la que conocimos. Ahora sólo me falta imprimir algunas fotos y añadirlas. Fue muy interesante ver como el cuaderno iba cogiendo volumen a medida que pasaban los días. Las semanas.
Algún día tal vez Damián querrá hacer su propio diario de viaje pero, hasta entonces, que disfrute de la experiencia y deje que otros se ocupen de registrarla.
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